Ernst Theodor Wilhelm Hoffmann


Los progenitores de Ernst Theodor Wilhelm Hoffmann, eran primos, esto, unido a la atracción por el buen vino que profesaba su padre, por otra parte dignísimo procurador del Tribunal de la Corte Prusiana, tal vez fueran causa, de que, con el tiempo, Hoffmann diese muestras de una genialidad sobreexcitada, que rozaba, si no incurría, en el desequilibrio mental.

Nacido en 1776, en Königsberg, un 24 de enero, el ambiente familiar, un tanto excéntrico, más bien contribuye a que el niño viva sus primeros años inmerso en un sentimiento de ansiedad fluctuante, que, desorbitado, se reflejará más tarde en sus famosos cuentos.

Finalmente, los padres se separan cuando él tiene dos años, y en el reparto que hacen de sus hijos, Ernst le cae en suerte a la madre que es de las quejicosas e histéricas, y fallece relativamente pronto dejando a su hijo bajo la tutela de sus hermanos Juana Sofía y Otto Wilhelm.

Desarraigado de su núcleo familiar original, aunque la rama materna le quiera, sobre todo su tía, Hoffmann crece solitario en un gran caserón habitado por adultos y con la vecindad de una mujer loca en el piso de arriba, lo que es indudable debió impresionar mucho su alma infantil.

A lo largo de los años va al colegio, aprende música, pintura, y a los 16, comienza a estudiar leyes, se enamora de una mujer casada, diez años mayor que él, escribe poemas, vuelve a enamorarse, esta vez de una prima con la que inicia noviazgo.

En 1798 ejerce de jurista alternando con la pintura. Más tarde rompe el compromiso con su novia y concluye casándose con otra, una muchacha de origen polaco llamada cariñosamente Mischa, y en 1803, le es admitido en un periódico su primer relato, iniciándose así su carrera literaria.

Al llegar a este punto podríamos decir que de ahí en adelante, la vida de Hoffmann se reparte entre la música, es un notable compositor, la pintura y la literatura, siendo ésta última la menos apreciada por él, al principio, ya que su auténtica vocación, al menos eso creía Ernst, era la música.

De salud frágil, enferma en septiembre de 1809, aunque no por ello deja de trabajar, una línea de conducta que nunca abandona, ya que prácticamente hasta el final de su existencia escribe, compone y pinta sin descansar un momento. Este frenesí creador nos recuerda mucho el de otro artista compulsivo y genial, incomprendido en su tiempo, Vincent Van Gogh.

Los cuentos de Hoffmann son numerosos y nos sumergen en una extraña atmósfera mitad ensueño y mitad pesadilla, o bien disparate total: La Princesa Brambilla, por ejemplo. una novelita que parece haber sido escrita en pleno delirio etílico o en un ataque de locura, y sobre la que él abrigaba ciertas dudas que su amigo Hitzig, se encargó de confirmar con gran sinceridad.

Hay que destacar en Ernst Theodor Amadeus, -cambió su tercer nombre por el de Mozart en testimonio de admiración-, la indudable influencia ejercida en otros autores posteriores, ya que sus historias han sido cantera de la que muchos han extraído sus propios temas, entre los que podríamos citar a Stevenson y al mismo Edgar A. Poe, e incluso sus cuentos han servido de inspiración para compositores de la talla de Tchaikovsky: recordemos sino, Cascanueces y el rey de los ratones.

El tema de la locura, que le resultaba tan fascinador a Hoffmann, la esquizofrenia del desdoblamiento de personalidad, su atracción por los autómatas a los que dotaba de vida propia, se hallan indisolublemente unidos a su propia personalidad, de la que son reflejo, y aquí volvemos a repetir lo de la herencia de dos padres consanguíneos, uno de ellos alcohólico, afición que también fue trasmitida a nuestro autor, y que con el paso del tiempo le conduciría a la cirrosis y posteriormente a la muerte.

Aunque no debemos tampoco olvidar la presencia de la vecina loca en los años de su infancia, un recuerdo que no le abandonó nunca viniendo a incorporarse a su particular imaginería fantástica y atormentándole con la idea de su propia locura, obsesión en la que caía frecuentemente.

La obra escrita de Hoffmann, que compaginó con notable éxito con su profesión de jurista, es extensisima, abarcando novelas, cuentos, prosa, su propio diario, crítica musical, poesía, óperas, operetas, correspondencia personal, correspondencia oficial, y algún etcétera que nos habremos descuidado.

En cuanto a su vida privada, ya sabemos que casó, siendo padre, a su debido tiempo, de una niña, Cecilia, que murió a los dos años. Su esposa fue una buena mujer, cuyo carácter apacible y resignado era el mejor que le podía convenir a un artista como Hoffmann, ya que éste buscaba amores ideales, musas inspiradoras pero que al mismo tiempo no le complicaran la existencia. Fórmula hallada en la persona de Julia Mark, una alumna de 13 años, a la que enseñaba música y canto. Pero la niña crece, se convierte en mujer y con 16 contrae matrimonio, concluyendo así aquella unilateral historia de un amor tan imposible y apasionado, como secreto, que, no obstante, deja una secuela literaria: La noticia del nuevo destino del perro Berganza, en la que retrata un bochornoso episodio de su pasión por la joven, del que ella fue espectadora: arrebato brutal de celos en los que apaleó al prometido de Julia, sin que la eximente de una borrachera pueda disculparlo debido a la irresponsabilidad de sus actos.

Julia se convirtió para Hoffmann en la perfecta amada ideal, ídolo al que adorar en el recuerdo, de lejos, pero la vida sigue, y los cuentos se suceden y en ellos sale Julia muchas veces, con otros nombres, naturalmente. Será su musa eterna, la mariposa que él designa en sus escritos íntimos, clavada por siempre en su corazón.

Hoffmann fue un autor de éxito en su época, del que los editores se disputaban sus escritos pagándoselos muy bien, aunque en ocasiones se retrasaran causándole problemas, sin embargo tuvo enemigos y sufrió censura y persecuciones, pero no tan excesivas que le forzasen a callar.

Murió, semi paralizado, el 25 de junio de 1822, en Berlín, donde residía, con su esposa sentada junto a él en aquellos últimos momentos leyéndole el cuento que Hoffmann había estado dictando hasta hacía unos días, ya que pretendía continuarlo: El enemigo.
Lógicamente, ese relato quedó incompleto.
 
 

© 2000 Estrella Cardona Gamio

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